Dicen los montevideanos del barrio que
hay tres cosas que identifican al uruguayo: la bebida caliente que
conocen como yerba mate, el asado (de carnes) y el futbol.
Alguien que mire esta colección de
ítems desde fuera diría que Argentina es igual y que hasta los
gauchos son parte de una cultura compartida. Y lo cierto es que lo
son, porque tan gaucho es Martín Fierro, el personaje
épico-literario de José Hernández, como el Museo del Gaucho que
está sobre la principal avenida de Montevideo.
Desde hace poco más de medio año he
venido tratando de resolver este tremendo acertijo y aunque he
dedicado muchas horas de lectura a las respectivas historias de
Uruguay y Argentina, mis dudas se ahondan en vez de disiparse del
todo.
Cuando descubrí que una diferencia
venía del distanciamiento entre las élites de los puertos de
Montevideo y Buenos Aires, en los años del virreinato, en el siglo
XVIII, llegó a mis manos otra lectura que hacía referencia a esa
idea de que Uruguay fue fundado como un "Estado tapón"
independiente, que frenara las viejas aspiraciones portuguesas de
llegar hasta la desembocadura del río de la Plata, en el siglo XIX.
Las dos historias tienen su fundamento
y hasta ahora no he encontrado un texto que me convenza de la segunda
idea, más allá de los argumentos que he escuchado de algunos de mis
amigos argentinos que sin ningún temor a equivocarse sostienen que
Uruguay es como cualquier otra provincia argentina y que si no
hubiera sido por las ideas de las antiguas potencias europeas, esto
sería el mismo país, como parece que se incluye de hecho en el mapa impreso en
los tapones del vino argentino Las Moras (no sé si por error o por
voluntad de los fabricantes).
Yo creo que, como muchos otros países
de América Latina, digamos, por ejemplo, Honduras y El Salvador, las
diferencias son tan imperceptibles, que si no fuera por las aduanas,
nadie notaría la diferencia entre un país y otro.
En el caso de Uruguay no tengo duda de
que las ideas independentistas de José Gervasio Artigas estuvieron
fuertemente arraigadas en un sentimiento popular de la época y en
los intereses de la élite local, portuaria y ganadera, que
terminaron convenciéndose en el primer tercio del siglo XIX de que
el territorio oriental del río Uruguay, que desemboca de norte a sur
sobre el río de la Plata, debía constituirse en un Estado
independiente y soberano.
Con el tiempo y el crecimiento
territorial de las Provincias Unidas del Río de la Plata, la nación
argentina fue madurando, compenetrándose en su propio devenir y en
su propios conflictos de poder, al tiempo que dejaron en el olvido a
"los orientales" y sus acciones separatistas.
Pero la geografía, el comercio, el
intercambio de ideas y la cultura no han dado tregua a esa terca
pregunta sobre las similitudes entre las dos naciones hasta el punto
en que hoy todavía es común encontrar en Montevideo una serie de
señales que reclaman la originalidad del tango y de su creador y
máximo exponente, Carlos Gardel.
Los uruguayos dicen que Gardel nació
en Tacuarembó, en el interior de Uruguay, y afirman con toda
convicción que él es tan uruguayo como el tango titulado La
Cumparsita, que además da nombre a una calle de Montevideo, donde
fue escrita y ejecutada por primera por su autor, Gerardo Matos, en
1907, en la preparación de una comparsa del carnaval de febrero.
El tema de la yerba mate es otro
rosario de preguntas con respuestas relativizadas. Una vez un taxista
me dijo con autoridad que la diferencia radica en la variedad y la
calidad de yerbas de las que disponen los uruguayos para prepararse
un mate, que los argentinos, dijo contundente, no tienen.
Y la verdad no me he dado el tiempo de
investigar cuántas yerbas y de qué tipo hay, pero aquí mucha gente
no se desprende jamas de su pocillo, al que en sí mismo llaman mate
y su termo con agua hirviendo que vierten sobre un amasijo verde, no
importando si hace frío o calor. Lo que sí he visto en las tiendas
es que el mate también lo importan a Uruguay desde Argentina,
agregando más confusiones a mi obcecado -y probablemente inútil-
deseo de hallar las sustancias distintivas de una u otra
nacionalidad.
Ha sido difícil. Bonaerenses y
montevideanos pueden detectar en segundos de qué lado del río de la
Plata proviene uno u otro. Pero para alguien con un oído poco
capacitado, es prácticamente imposible. La gente y las dos ciudades
que bordean el cauce platino son como siamesas, dos cabezas que salen
de un mismo cuerpo y con igual habla. Cuando hace frío aquí, allá
también están temblando. Y si sacan los paraguas, acá traemos la
gabardina.
Pero si se dijera que la diferencia
puede encontrarse en el fútbol (con acento en el caso rioplatense),
también estaríamos entrando en un piso resbaladizo. Uno podría
creer que River Plate es un equipo argentino con sede en Buenos
Aires, que representa y apoyan masivamente clasemedieros y ricos,
pero en Montevideo tiene un gemelo pobre, con pocos seguidores.
Las barras bravas argentinas tampoco
son un patrimonio exclusivo del lado sur del río. También existen
en Uruguay e igualmente son violentas y mafiosas, aunque de este lado
la gente suele contraer las palabras con las que les denomina,
reduciéndolas a "barrabravas" (por aquello de que se comen
la ese).
De los dos lados existe la polémica de
qué tan vinculadas están estas organizaciones con el tráfico de
drogas dentro y fuera de los estadios, robos, asesinatos y otros
delitos, pero las investigaciones van y vienen sin que se vea cerca
su desaparición.
Por el contrario, en Uruguay circula la
versión de que hace cerca de una década, el gobierno nacional,
entonces también encabezado por Tabaré Vázquez (reelecto a un
nuevo mandato de 2015 a 2020), alentó la formación de grupos que,
desde las tribunas mismas, neutralizaran a los violentos.
Pero ahora resulta que esos grupos han
abusado del poder que se les dio y se sabe que disputan jerarquías,
venta de drogas, comisiones por venta de futbolistas, distribución
de boletos gratuitos a su antojo, manejo de la pirotecnia y que, en
sus movilizaciones de apoyo entre Uruguay y Argentina, han escondido
delincuentes perseguidos por algún delito, tal y como ha denunciado
en la prensa local.
Bueno y ni qué decir del asado. Quizá
algunos cortes sean distintos o posiblemente sean los nombres. Pueden
ser las dos cosas. A estas alturas, en mi mexicana visión del mundo,
lo único que me queda claro es que un churrasco es una pieza gruesa
a la que solo hay que ponerle un poco de chimichurri, evitando
bañarla como si estuviéramos virtiendo salsa en un taco. Y no quiero
saber, por ahora, si esas palabras que distinguen a la culinaria de
ambos países, surgieron en Uruguay o en Argentina, porque es
probable que haya alguna controversia y mis dudas resten sin
solución.
Publicada originalmente en elarsenal.net como texto de la columna Punto Sur.
26 de febrero de 2017
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