jueves, 11 de agosto de 2022

Plaza Bolívar: cambio y continuidad en la Colombia de Gustavo Petro


Como pocos lugares en el mundo, la plaza central de la ciudad de Bogotá sintetiza en su arquitectura y en sus muros la vida una sociedad de una manera tan planificada como caótica. Placas conmemorativas de la historia de Colombia. Pasajeras expresiones políticas de protesta en los viejos edificios de gobierno. Un custodio silente que todo lo observa: la estatua de Simón Bolívar, el libertador de casi media América del Sur, con una rara mirada nostálgica. Palomas que van y vienen a la figura de bronce como una metáfora de los tiempos históricos y la gente que pasa, vive, dialoga, grita, se emociona y retoma su camino hasta desaparecer de la vista de uno. Vendedores de frutas, jugos, bocadillos de consumo popular y artesanías por aquí y por allá.

Plaza Bolívar, el 1 de enero de 2019.
La escultura fue hecha a mediados del siglo XIX
por el italiano Pietro Tienerani.
Foto: GGEM

En este mismo sitio, el domingo 7 de agosto de 2022, un político que no representa a los tradicionales partidos políticos de este país, el Liberal y el Conservador, asumió la presidencia de la República. Como nunca antes, los que atestiguaron el cambio de mando no fueron mayoritariamente miembros de esa élite educada, aristocrática y blanca que suele representar a Colombia en el mundo, sino decenas, cientos de negros, mulatos, indígenas y toda clase de gente del pueblo. Escucharon un discurso que le interpelaba, pronunciado por el nuevo presidente, Gustavo Petro, que les habló con una prosa poética de la posibilidad de crear un nuevo proyecto de nación y un gobierno que no se sirva de ellos, sino que los procure, que, en pocas palabras, haga “que en este país se vuelva a sembrar maíz”. El ascenso de este político al poder no es obra de un día o ni el triunfo de un efervescente partido político fundado por un empresario o un grupo oligárquico revanchista. Es un político de viejas convicciones nacionalistas y democráticas, que en el teatro político se ha simplificado con el nombre de “izquierda”, aunque el término sea tan obsoleto y generalizador como su contraparte, la “derecha”.

Vendedor de bebidas de mandarina
 en la Plaza Bolívar. A la izquierda,
un fragmento de la fachada
de la catedral y el arzobispado.
Foto: GGEM

Una de las veces que estuve en la Plaza Bolívar fue el 1 de enero de 2019. Las calles estaban vacías, los comercios y las instalaciones gubernamentales permanecían cerradas y eso me dio la oportunidad de ir paso a paso registrando esos muros que hablan, sin prisa y sin aglomeraciones. Colombia es un país que me ha interesado desde los años en que era un estudiante del bachillerato y escuchaba a mi maestra de Literatura Hispanoamericana hablar de Gabriel García Márquez y sus Cien años de soledad, con sus pueblos y personajes del realismo mágico a los que les encontraba cierta mexicanidad, cierto espíritu de una América Latina que solo conocía en los mapas y los libros. Como muchos en el mundo, me impresionó enterarme en 1979, en la prensa, que un grupo de guerrilleros había tomado como rehenes a decenas de diplomáticos que asistían a un cocktail en la embajada de la República Dominicana en Bogotá. Los ejecutores de aquella desafiante acción organizada y armada fue perpetrada por un colectivo de guerrilleros urbanos llamado M-19. Se salieron con la suya en aquellos días, canjeando rehenes por prebendas políticas y medios de fuga hacia Cuba, donde se reagruparon para volver y buscar medios de acción política una década después. Pero a su vuelta, todo terminó en tragedia. Los militantes hicieron campaña política aspirando por una curul en el Congreso, lo que solo les alcanzó para constituir una minoría parlamentaria. Aquellos que rechazaban a toda costa su presencia en el sistema político, porque los consideraban unos “comunistas”, se dieron a la tarea de matarlos desde los días en que ingenuamente creyeron que podrían ser legisladores y ensanchar la vida democrática. Uno a uno fueron matándolos hasta que virtualmente quedaron anulados.

Una de las placas que reseñan momentos
 de la historia de Colombia y su relación
 con la Plaza Bolívar. Foto: GGEM

Las placas que relatan la historia de Colombia remiten una y otra vez a episodios y momentos en que el pueblo colombiano ha llegado hasta esta plaza cívica a exigir libertades o cuando sus dirigentes fueron llevados al cadalso para la ejecución pública. Llama la atención que una de esas chapas informa sobre el asalto del M-19 al Palacio de Justicia en 1985, que terminó con el incendio del inmueble y la muerte de decenas de personas, incluyendo jueces y guerrilleros; y que otra placa, fuera de la línea de continuidad de las demás, llame a la memoria de los “desaparecidos” y reclame al Estado la represalia posterior contra la organización asaltante.

Sitio donde fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán
 en 1948. El retrato anónimo en la parte superior derecha
 es una de las muestras espontáneas de admiración
 al político. Foto: GGEM

Fuera de la Plaza Bolívar, pero a tan solo unos pasos, sobre la peatonal carrera 7, hay un muro que siempre está lleno de pintas políticas, consignas, carteles de propaganda opositora y flores. Es el sitio en el que asesinaron en 1948 a Jorge Eliécer Gaitán, líder, entonces, de un movimiento político nacionalista y popular de masas, que se proponía reducir las desigualdades en la distribución de la riqueza. Su muerte desato una revuelta urbana conocida como el “Bogotazo” y fue uno de los puntos sobresalientes de un periodo de medio siglo denominado “La violencia”, durante el cual se enfrentaron a muerte liberales y conservadores, que con el tiempo habría de propiciar en la etapa temprana de la década de 1960 el exilio de García Márquez a la Ciudad de México, la que adoptó como su hogar hasta el último de sus días.

La historia es un proceso social complejo que no se reduce a la sucesión de acontecimientos y fechas, aunque acaso sirvan de símbolo de referencia. En el caso de Colombia, uno de esos momentos ocurrió en 1964, cuando el ambiente conflictivo se complica con la formación de organizaciones guerrilleras inspiradas en la entonces recién ocurrida Revolución Cubana, protagonizada por el Movimiento 26 de Julio. En una localidad llamada Marquetalia y bajo el liderazgo, entre otros, de un hombre que portó el nom de guerre de Manuel Marulanda, fueron creadas las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), reclamando centralmente una reforma agraria en un país y una región en la que todo intento en ese sentido ha sido ahogado para favorecer grandes latifundios. En este nuevo ciclo en el curso de la historia política aparecen organizaciones como el M-19 y el Ejército de Liberación Nacional, que sin compartir absolutamente una ideología hicieron la guerra al Estado colombiano, generando un prolongado conflicto de baja intensidad, agravado por la intervención militar de Estados Unidos y, al menos en el caso de las FARC, la mezcla de fines políticos con actividades ilícitas como el narcotráfico, el secuestro y la extorsión.


Las expresiones políticas surgen y desaparecen
en la Plaza Bolívar. Al fondo, la fachada de
la catedral y el arzobispado. Foto: GGEM

En el último tramo del siglo XX y en lo que va del siglo XXI, el ambiente social colombiano se fue decantando en dos grandes planos ideológicos. Uno alineado con los poderes institucionales y fácticos, que van desde los militaristas hasta los liberales demócratas, y otro conectado con ideas renovadoras que abarcan toda la gama de la llamada izquierda, desde los que han portado armas en nombre de una lucha guerrillera hasta los que creen en principios de libertad, derechos, democracia, humanismo y un Estado de bienestar.

En este país, los espacios para la acción político electoral y el acceso al poder institucional se los han reservado durante dos siglos los liberales y los conservadores. El ascenso al poder en 2014 de Juan Manuel Santos, miembro de una familia de antigua raigambre oligárquica, significó la llegada de un político liberal que al fin pudo generar el consenso mínimo para iniciar un proceso de negociación de la paz, eficiente más allá del plazo corto, como había ocurrido ya en la década de 1990, primero con el M-19, que resultó el la tragedia ya descrita, y después con las FARC y el fallido diálogo de 1999 en la localidad rural de San Vicente del Caguán, entre Marulanda y el entonces presidente Andrés Pastrana, afiliado al Partido Conservador. La guerra tuvo nuevas escaladas y decaimientos que parecieron revelar un impasse en el escenario militar y un cansancio de la sociedad por un conflicto sin sentido a primera vista. Con Marulanda fallecido a los 77 años por causas naturales en 2008 y con las FARC estancadas en el terreno, el ambiente para una nueva negociación fue replanteada por Santos desde la Presidencia. A pesar de sus equívocos pasos, las FARC no dejaron fuera sus viejas demandas de reforma agraria y bienestar popular y las llevaron a la agenda de tratativas, que concluyó con un acuerdo de pacificación firmado en noviembre de 2016 en el Teatro Colón de Bogotá, a unos pasos de la Plaza Bolívar.


Mapa de Colombia, mostrando zonas
 de producción de cafe, su principal
producto agrícola. Foto: GGEM

Los procesos históricos se entreveran a lo largo del tiempo en lapsos de corta y larga duración, tejiendo sus complejidades y dejando muchas veces para la anécdota y el registro visual la simplicidad de un hecho ocurrido en una fecha determinada, como puede ser la firma de un documento. La historia es plena en continuidades y rupturas. Es probable que Gaitán, aquel líder populista asesinado en 1948 en el centro bogotano, no haya sido indiferente para un campesino como Marulanda. Tampoco la lucha de este radical combatiente pareció ser indistinta a los guerrilleros del M-19, como no lo fue para quienes se consideraron agraviados y se dieron a la tarea de anularlos de la escena política. Un sobreviviente de aquella fue el joven Petro, logrando hacer carrera política en el Poder Legislativo y al frente del gobierno capitalino. Tres veces fue aspirante a la Presidencia, en 2010, 2018 y 2022, cuando finalmente lo consigue, logrando con ideas humanistas y votos lo que los guerrilleros no pudieron conseguir con las armas.

Vendimia de maiz en la Plaza Bolívar.
 Foto: GGEM

El discurso de una hora que Petro pronunció el 7 de agosto en la plaza central de Bogotá -llamada Plaza Mayor en los tiempos virreinales y Plaza de la Constitución en los años tempranos de la república en el siglo XIX- esbozó un proyecto de nación que había estado generalmente ausente: producción de alimentos para la soberanía alimentaria en una tierra pródiga y generosa, clausura de esa guerra por encargo del gobiernos de los Estados Unidos (proxy war) que ha sido la guerra contra las drogas, reorientación del ejército para que sirva a las causas populares y un Estado de bienestar presente en todos los rincones del país. Cuatro años de administración e inclusive ocho, en caso de reelección, parecen insuficientes para consolidar este plan, pero los objetivos están descritos. Es posible que la propuesta lanzada por Petro sea tenazmente resistida por la vieja oligarquía y sus personeros en los espacios de poder fáctico y de la opinión pública, pero hay elementos para suponer que la historia ha conducido a Colombia a un momento de cambio y continuidad y que en la figura de este presidente colombiano se materialicen las palabras premonitorias de Gaitán, cuando afirmaba “Yo no soy un hombre, soy un pueblo... Y el pueblo es superior a sus dirigentes”.